Edgar Castellanos (Ecuador) - Poemas selectos









Para saber que existo (2)

Del libro “En un Abril y Cerrar de Hojas” (Editorial El Conejo / Quito-Ecuador 1996)

 

Para saber que existo,

quisiera que en tu aliento

deslices algún cisne,

un grito abierto, un argumento,

un canto gregoriano,

un texto de Kundera,

un llanto de frontera,

un amanecer de campo

con mezcla de melaza y de maleza,

algo que me despierte a tiempo

sin reloj, sin gallo,

sin empujones ni malicia.

No quiero que repitas

la voz del son entero,

ni dejes a Guillén el son partido.

 

Destruye para siempre

tu canto de sirena,

la palabra del profeta,

la voz del agorero,

el pregón del vecindario,

el edicto publicado

por las reinas de tu pueblo;

y el periódico mural

del parque de la escuela.

Afloja el cinturón

de todas las estatuas

y deja en libertad

las aves de la historia;

que nadie las coloque

al pie de su retrato,

ni busque entre sus huellas

ángeles heridos.

 

Ya ves que no te pido

que extiendas en mi cuerpo

las alas de tu exceso

y abrigues mis sentidos;

ni quiero que desciendas

del sexto mandamiento

y empujes mi fatiga

al duro laberinto de tu afecto.

 

 

Érase una voz (Edición del Autor - Ambato 2020)

A la memoria de profesionales de la Radio ya fallecidos.

Dedicado a los que recuerdo -es posible que sean más- con los que tuve la oportunidad de compartir momentos de amistad, horas de periodismo, en la misma claraboya desde la que mirábamos y anunciábamos que el mundo estaba anclado a nuestras imperfecciones.

Diversidad y procedencia

Érase una voz

habitada por caracoles de lluvia

de los que arrugan cristales

antes de anunciar invierno.

Érase una voz

crecida en el graznido de las achupallas

donde las aves envuelven su abandono.

Érase una voz

de palabra y cicatrices

por  tanto páramo perdido en su garganta.

Érase una voz 

que soltaba amarras en la marisma de los puertos

para aligerar el hombro de los estibadores.

Érase una voz

que convocaba bosques de abril

para disimular su otoño.

Érase una voz

que susurraba pájaros

y como volutas crecían nidos de alto vuelo.

Erase una voz

que crujía carajos como palo seco

antes de hacerse leña en cada hornada.

 

Érase una voz…

cañaveral baldío

tendido en alambiques

sufriendo gota a gota

el tedio y el vacio.

Érase una voz

delgada y limpia

afilada en el cuerno de la noche

y en el borde de vasos de cerveza.

 

Érase una voz

de madera y clavo que pronunciaba sangre

en cada costado de la guerra.

Érase una voz

hueso y pellejo

que invirtió pecados capitales

en fondos buitre y fondas de mala muerte.

Érase una voz

que no cantaba números de lotería,

pero confiaba que las palabras sumen.

Érase una voz

que se hizo adulta en el frontispicio de los hospitales

y bebió la angustia de los desahuciados.

 

 

  

Voy y vengo  (Del libro “Ciudad Poética” Varios Autores / Ambato – 2019)

 

Voy y vengo por tu cuerpo

como si hubiera perdido

una gran parte del mío;

y por esta costumbre loca

de hurgar en tu geografía

me pierdo montaña arriba

me encuentro aguas abajo

por donde cae tu pelo

y en vez de negrear, me alumbra.

Con tu bosque entre mis manos

recorro nuevas texturas

que acoderan en tu cuello

como nave que conoce

y sabe bien su espesura.

Salta en rumores tu aliento

entre palabras sin notas

y el rumor se vuelve guía

que me lleva hasta tu boca.

Mis labios ya reconocen

la resina en tu saliva

que huele a cedro y romero

a limón y hierba buena.

Tu cuerpo llena mi sangre

de cascadas que golpean

de mares que se derriten

en la sal de cada beso

y sube tu cuerpo, sube

entre bosques de aceituna

inventa nuevos paisajes

que se duermen en mis ojos.

Recio y sensible tu cuello

se levanta entre mis dedos

se agita entre paradojas

de un no y un si que te quiero.

Un relámpago sin cielo

de los que anuncian ojeras

libera mano y destreza

por la línea de tu cuerpo.

Alas de mil aromas

se desprenden de su nido 

y caen por donde quiero,

y tu quieres que yo sepa.

Cuerpos enajenados,

fantasmas de otra galaxia

se disipan en la noche.

 

Afuera entre los faroles

la lluvia tropieza fácil,

mientras mi mano y tu pelo

inventan nuevas maneras

de zafar trenzas y amores.




Sobre el autor

 

Escritor - Periodista, quiteño con varios años de residencia

en Ambato. Autor de varios libros de poesía. incluído uno

para niños "Las brujas viajan en moto".

Algunos de sus trabajos han sido premiados dentro y fuera del país.

Fue Presidente de la Casa de la Cultura Núcleo de Tungurahua

y Presidente Subrogante de la Casa Matriz.

Concejal de Ambato y Diputado por Tungurahua.



Reseña


Somos el tiempo que nos queda


Por Halerequín

Momentos que almacena en la memoria, sensaciones que mutaron en recuerdos, congeladas imágenes que evoca dolorido; para deleite del público. Memorias de antiguos colegas, inspiraciones pasadas, rescoldos que conserva. Y en la umbra álgida solloza, otra huida del numen hacia el sueño. Su obra es variada, y los símbolos que utiliza harto convencionales, no obstante, goza de una autenticidad evidente. La dulzura de sus ideas logra cautivar a cualquiera.  Elevando el sentido evanescente de la vida, el tiempo que no existe pero del que dependemos tanto: al cielo. Para en un cerrar y abrir de párpados, ser defenestrados de sí por fuerzas incógnitas. 


            



Valoración literaria

Hay mucho ritmo en estos versos. Por momento  pudieran ser coplas  para ser escuchadas en las tardes de guateque. No por gusto, cita al libro; El son entero del  cubano Nicolás Guillen. Hay un sabor caribeño, paladeado por el escritor de la sierra ecuatoriana, Edgar Castellanos. Poemas música, pregón.  La voz habita en el interior del caracol, en el graznido de las achupallas. Toda vibración es sonido, y su vez todo sonido es música; y todo lo que suena es vida.                 

El Navegante  







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